viernes, 24 de noviembre de 2017

HASTA SIEMPRE GUATEMALA

La frescura de la geosmina avivando nuestro olfato cada inicio de un nuevo día

El sol desvaneciendo la niebla y el canto de los gallos presentando cada amanecer

El sonido de los machetes a primera hora de la mañana segando la hierba que crece   desenfrenadamente en cualquier rincón donde alcanza la lluvia

La humedad del ambiente que refresca y sana nuestros pulmones

El olor de la masa del maíz recién molido asándose en los comales en forma de tortillas

Las risas y los abrazos de los niños que impregnan de inocencia y simpatía cada casa, cada camino, cada lugar

Las mujeres porteando a los chamacos en las enormes y coloridas telas tejidas por ellas mismas, cada una distinta y representando su identidad maya

Los hombres cargando los inmensos costales llenos de maíz, apoyando la carga en su frente sudada durante horas para traer la comida a casa

Las tormentas tropicales que nos acompañaban cada noche y que despedían el intenso calor del día

Las increhíbles plantaciones de milpa que cubren hasta las cimas de enormes montañas, que te recuerda lo dura que es la vida aquí, sabiendo que alguien sube cada mañana a trabajarlas

El ritmo de la cumbia, la marimba o el duranguense que te sigue en cada trayecto de autobús mientras recorres éste verde y lindo país


Las dos caras de la moneda

Después de dos meses y medio en éste país, podemos decir que Guatemala es un edén de la naturaleza que cuenta con una gran riqueza natural de primeras materias, y también con una notable riqueza cultural que reconoce hasta 21 lenguas mayas diferentes, con sus respectivas identidades étnicas.

A pesar de ello, cabe recordar que lamentablemente también se encuentra sumergida bajo el poder de un gobierno corrupto que sigue enriqueciéndose a la vez que su pobreza crece, hasta un 83,10% de su población, especialmente en el área rural e indígena, según los estudios realizados por “PrensaLibre” a finales del año 2016. Éstos datos, juntamente con el hecho de hacer tan sólo veinte años de los “acuerdos de paz” firmados por el Ejército de Guatemala,  hace que su población se esfuerce día tras día para seguir adelante y superar todas estas situaciones de vulnerabilidad que no sólo parecen mantenerse, sino también agudizarse.

Quizás por todo ésto, y por las recientes heridas todavía abiertas de la guerra, los habitantes de Guatemala (especialmente los pertenecientes a las CPR) han desarrollado unas capacidades de lucha, organización y resistencia que no sólo les ha permitido hacer frente a toda ésta represión, sino que también ha conseguido la unión de los pueblos indígenas para desarollarse de una forma casi autogestionada y lejos de nuestra burbuja capitalista.

Y éste es uno de los motivos que sostiene nuestra fascinación por Guatemala, porque hemos tenido la oportunidad de convivir dos meses en Primavera del Ixcán, un referente para las Comunidades de Población en Resistencia, aprendiendo de su historia, escuchando cada una de las historias que nos contaban y empapándonos de éste gran saber vivencial.

Al salir de la comunidad pudimos conocer otros lugares del país que nos permitieron tener una visión más amplia de su cultura y de su gente; sorprendidos por la continua vegetación que no desaparecía en ningún rincón del país, y también por la diferencia de climas que sí existía en función de las zonas, así como la cultura y el tipo de vida. En las ciudades la vida era más parecida a la nuestra y a pesar de que se comían tortillas, como en las zonas rurales, éstas se compraban.

Ésto nos recordó que el valor del trabajo es muy distinto cuando la moneda interfiere. Pues el contraste era evidente cuando comparabas a la gente que trabajaba al campo y destinaba todo su tiempo y esfuerzo invertido en lo que sería su futura comida, con la gente del mismo país que vivía a la ciudad y invertía su tiempo y esfuerzo en un negocio para recibir un dinero que a su vez sería destinado a comprar esa comida que no podían cosechar ellos mismos.


La lucha entre la luz y la oscuridad

Otra forma de conocer el país era explorar un poco sus parajes más reconocidos y alli fué cuando descubrimos que el contraste se engrandecía al poner el concepto turismo en el centro. El paradigma “indígena” seguía vigente pero su forma de vida estaba muy contaminada por la presencia de gente como nosotros, pero que a su vez también les permitía tener mejor calidad de vida. Hablamos del lago Atitlán, una de las siete maravillas del mundo y no es una clasificación absurda cuando nos referimos a 130,1 km2 agua rodeada de pequeñas aldeas a sus orillas y en un segundo plano rodeado de cerros, montañas y hasta tres volcanes diferentes: el San Pedro, el Pacayá y el Atitlán. Una fusión de la naturaleza tal vez única.

Subir al San Pedro fué todo un logro depués de dos meses sin hacer ejercicio físico, pero el premio que se nos regaló al llegar a la cima compensaba cada gota de sudor derramada: unas vistas panorámicas de todo el lago azul, en contraste de sus alrededores verdes  y la peculiaridad de tener de frente dos enromes volcanes.






A pesar de que regresamos maravillados, ésta fue tan sólo la degustación de la experiencia que nos esperaba en Antigua tres días después. Se trataba de subir otro volcán, pero ésta vez con un real desnivel que nos obligaba a hacer noche en él y consecuentemente a convertir la excursión en una intensa aventura.

El Akatenango es un volcán de pendiente pronunciada que corona su cima a los 3976m. Subirlo fue una hazaña con diferentes episodios ya que los contrastes de paisaje eran cambiantes a cada momento y la incertidumbre de no saber cuál seria el siguiente, te animaba a dar cada nuevo paso. Interminables plantaciones de milpa en la primera parte, tramos selváticos con árboles centenarios y con una vegetación densa y húmeda que se mezclaban con la espesa niebla, después bosques de pinos suficientemente espaciados como para dejar correr las suaves corrientes de aire que acompañaban los primeros rayos de sol. Y la última subida a la cima completamente distinta, caracterizada por empinados senderos de tierra volcánica bien fina, que impedía sostener fijo cada paso, y grandes rocas que te obligaban a usar las manos para treparlas. Aún así, pequeños brotes de flores coloridas salían de ésa tierra que parecía totalmente infértil.





Pero a pesar de tal variedad de riqueza paisagísitica lo más excitante de la experiencia era ver aparecer el Volcán de Fuego justo enfrente a medida que llegabas al campamento base, mostrando erupciones espontáneas con pocos minutos de descanso, donde se veía espesar el humo que salía desde su cráter. Y todavía el éxtasis estaba por llegar hasta el momento de oscurecerse pues cuando desaparecía la luz del día, ya no era el humo lo que sorprendía a nuestros ojos, sino que era la lava que se dejaba ver a modo de pequeñas explosiones de roca y que alumbraban la cima del volcán, luchando contra las espesas ráfagas de niebla que aparecían y desaparecían en cuestión de segundos. Era una lucha constante entre la lava y las estrellas a favor de la luz, contra la niebla y la oscuridad  de la noche.







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